A los padres nos encanta elogiar a nuestros hijos y decirles lo inteligentes que son, pero detrás de este reconocimiento se esconde una peligrosa contradicción: corremos el riesgo de transmitir una idea de inteligencia fija, en lugar de una mentalidad de crecimiento.
SI Hayakawa dijo: ” Tu hijo se convertirá en lo que tú le digas que sea “.
Lo que les decimos a nuestros hijos tiene un peso enorme y les influye.
En cambio, es mejor decirles: “Qué bueno eres haciendo esto, estoy orgulloso de ti”. Eso les anima a continuar.
La frase: “Es inútil que lo hagas, de todos modos, no eres capaz”, es una piedra que un niño lleva consigo de por vida. Es obvio que los padres quieren a sus hijos y, si se les escapan frases como esta, muchas veces no son conscientes del daño que pueden llegar a hacer a un niño.
Los niños son muy vulnerables a los juicios y se creen todo lo que les digas. Por si fuera poco, no son lo suficientemente fuertes para reaccionar ante las críticas. Nosotros debemos enseñarles a hacerlo, gracias al ejemplo positivo y al estímulo adecuado.
Dos modelos opuestos de inteligencia
La psicóloga estadounidense Carol Dweck estudió el desarrollo de la inteligencia y llegó a definir dos modelos opuestos de inteligencia:
“Los elogios están estrechamente relacionados con la forma en que los niños califican su inteligencia. Si se les elogia constantemente por ser naturalmente inteligentes, talentosos o dotados (¿os suena familiar?), desarrollan la llamada mentalidad “fija” (su inteligencia es un hecho adquirido, simplemente la tienen). Por el contrario, los niños a quienes se les dice que su inteligencia se puede desarrollar a través del esfuerzo y la educación desarrollan una mentalidad de “crecimiento” (pueden desarrollar sus habilidades porque trabajan y se esfuerzan mucho). La investigación de Dweck muestra que los niños que tienen una mentalidad fija, a quienes se les ha dicho una y otra vez que son inteligentes, tienden a preocuparse ante todo por cómo serán juzgados: inteligentes o no inteligentes. Tienen miedo de tener que esforzarse demasiado, porque esforzarse demasiado les hace sentirse estúpidos. Creen que si tienes la capacidad, no es necesario esforzarte mucho. Y como siempre les han dicho que tienen la capacidad, temen que, si tienen que esforzarse mucho para hacer algo, perderán su estatus de “inteligentes”. Los niños con mentalidad de crecimiento, por otro lado, tienden a estar interesados en aprender. Aquellos a quienes se les ha animado a centrarse en sus esfuerzos en lugar de en su inteligencia ven el esfuerzo como algo positivo, que estimula su inteligencia y la hace crecer. Cuando se enfrentan al fracaso, se esfuerzan aún más y buscan nuevas estrategias de aprendizaje en lugar de darse por vencidos. Aquí está el paradigma de la resiliencia “.
Mentalidad de crecimiento
La investigación de Carol Dweck es un punto de partida muy interesante para cualquier padre: en lugar de definir a sus hijos como inteligentes, no inteligentes o “n” inteligentes, hay que cambiar a una mentalidad de crecimiento: la inteligencia es nuestra posición en un camino, no es un número. Si adoptamos este punto de vista, los éxitos y fracasos de nuestros hijos adquieren una perspectiva muy, muy diferente.
El error es considerar la victoria como el objetivo de la vida. Aquí es donde entra en juego la mentalidad de crecimiento. Podemos resumir las investigaciones científicas sobre la mentalidad de crecimiento distinguiendo dos mentalidades diferentes: una estática (mentalidad fija), según la cual la inteligencia y la capacidad son “números” inmutables y una mentalidad de crecimiento; aquellos con mentalidad de crecimiento, en cambio, creen que siempre podemos mejorar, siempre y cuando sepamos aprender de cada evento que nos sucede.
Para quienes tienen una mentalidad estática, los desafíos (competiciones deportivas, pruebas y controles, etc.) son ocasiones en las que los individuos demuestran su inteligencia o habilidades; el que gana es el más inteligente, mientras que los demás son los estúpidos.
Desafortunadamente, esta creencia lleva a las personas con una mentalidad estática a evitar desafíos difíciles y a competir sólo en aquellos campos en los que saben que pueden lograr una victoria fácil. De hecho, ¿qué pasaría con su autoestima si no lo lograran, si fracasaran? La mentalidad estática es la mentalidad de juicio, clasificación y sentido de superioridad.
La clave está en el proceso
La mentalidad de crecimiento, en cambio, parte de un punto de vista completamente diferente: el del proceso.
Independientemente de cómo termine el desafío, habrá numerosas oportunidades para aprender, mejorar y ponerse a prueba. Y el resultado no importa, porque la inteligencia y la capacidad pueden crecer, a cualquier edad y en cualquier condición (un hecho, además, comprobado por estudios neurocientíficos sobre la plasticidad cerebral).
La mentalidad de crecimiento asume cualquier desafío, pero no se conforma con esto: es una mentalidad que abraza los retos. El desafío, para quienes tienen una mentalidad de crecimiento, se convierte en un objeto de amor. El resultado no importa: el verdadero objetivo es aprender.
Y aquí llegamos a la esencia del discurso, el verdadero mensaje: lo importante no es ganar, sino crecer. Esto es lo que realmente importa. Éste es el valor que esperamos transmitir y que esperamos sea recogido.
Quienes viven sabiendo que siempre hay algo que aprender –y se esfuerzan por hacerlo– viven sabia y felizmente.